Cada año, millones de mariposas monarca viajan más de 4,000 kilómetros desde Canadá y Estados Unidos hasta los bosques templados de Michoacán y el Estado de México. Su llegada es un fenómeno natural que maravilla a turistas, científicos y comunidades locales. Pero detrás del colorido vuelo naranja se esconde una historia de lucha por la conservación.
Entre noviembre y marzo, estos frágiles insectos convierten santuarios como el de El Rosario, Sierra Chincua o Piedra Herrada en verdaderas catedrales vivas. El sonido de sus alas al volar, conocido como “el susurro del bosque”, es una experiencia única en el mundo.
Sin embargo, el cambio climático, la deforestación y el uso de pesticidas en su ruta migratoria amenazan su existencia. Según datos de la Alianza WWF-Telcel, la población de monarcas ha disminuido hasta en un 80% en las últimas tres décadas.
Comunidades locales han respondido con acciones de conservación, turismo sustentable y reforestación. Además, cada visitante que llega y respeta las normas de los santuarios contribuye a mantener vivo este espectáculo natural.
La mariposa monarca no solo representa la resiliencia de la naturaleza, también es símbolo de transformación y esperanza. Protegerla es proteger una parte de la identidad biocultural de México.