Vivimos una era en la que el equilibrio natural del planeta está en riesgo. La temperatura global sigue en aumento, los glaciares se derriten, las selvas retroceden, y cientos de especies desaparecen sin dejar rastro. Nos encontramos frente a una crisis climática sin precedentes, cuyo impacto ya se refleja en nuestros alimentos, en el agua que bebemos, en el aire que respiramos… y en nuestro futuro.
Pero aún en medio de este escenario sombrío, germina algo poderoso: la esperanza.
Esa esperanza brota en cada comunidad que defiende sus bosques, en cada joven que alza la voz por el planeta, en cada agricultor que opta por prácticas sostenibles, en cada ciudadano que cambia sus hábitos de consumo. Son pequeñas acciones, sí, pero juntas forman una red resiliente que está cambiando el rumbo.
Cada árbol sembrado, cada litro de agua ahorrado, cada pedazo de tierra recuperado representa una semilla de esperanza. Estas semillas no solo regeneran la naturaleza, también restauran algo fundamental: nuestra conexión con la vida, con lo esencial.
En Tepotzotlán, por ejemplo, la existencia de árboles milenarios como el Ahuehuete ‘Lanzarote’ nos recuerda que la naturaleza puede perdurar si la respetamos. En otras regiones, proyectos de reforestación, energías limpias y educación ambiental están reescribiendo la historia. Porque no todo está perdido: el cambio aún es posible.
El planeta no necesita salvadores, necesita aliados. Necesita que más personas siembren conciencia, cuiden lo que nos queda y sueñen con un futuro más verde, justo y solidario.
Porque en tiempos de crisis, la esperanza también se cultiva y hoy, más que nunca, es tiempo de sembrar.